[…] Sin darme cuenta, me había arrodillado a un lado de ella para verla más de cerca. El azul de sus pétalos tenía una tonalidad difícil de apreciar con la luz de esa hora del día. No despedía ningún olor, pero sentí que se me abrían los poros de la nariz. Retrocedí un poco para verla bien. Yo arrodillada, la flor superaba mi altura. Su tenue sombra en el piso, pensé en ese momento, parecía la de alguien que aguardaba algo con los brazos cruzados […]
[…] Me alcé para despedirme. Antes de salir, intenté darle un último vistazo a la flor, pero la sala se había obscurecido. Las plantas a su alrededor, que no había notado antes, la escondían entre sus hojas […]
(El resto del cuento se puede leer solicitándolo por correo.)