Mis ojos (cifras sagradas que Dios nunca logró tocar) olvidaron el umbral de un tiempo inocente que ahora juega con mi tristeza. Entre niebla, sombra y susurros, capto mi propia figura y la sigo en el sueño del presente. ¿Qué mirada lúcida me devuelve al beso inmaculado, desvestido del miedo ajeno que hurta lágrimas, aspiraciones y luminarias personales?
En un suave placebo de telas infantiles está mi huida del mundo. Pero también el olvido y la usurpación de todos los primeros sueños que, en una eterna parálisis, me ha regalado cada humanidad en su debido y justo tiempo.