A usar como tinta la sangre derramada de mujeres y hombres, en cuyos corazones latía haciendo pulsar ideas incógnitas a través de sus cuerpos cansados. Me mandan a poetizar y pienso tropezar con el enfado del recuerdo y la rima; con un fantasma frío que ya no reconoce su ciudad. Eran ventanas abiertas, ramas que crecían y cantaban en cada patio y en cada cúmulo de arena. Venas de alegría y de viento, siempre viento. Pero cuando los llamen verán que su ciudad se rige ahora en ambiciones mojadas de sangre, de su tímida sangre. Me mandaron a poetizar y no volví hasta que pasaron los años y concluí que todos se podían ir a la chingada con su poetización. ¿Dónde están esas vidas y por qué se les canta mientras duermen? ¿Quién nos manda a matar y quién nos manda a escribir poesía?