Yo regalo, tú regalas, él relaga, nosotros regalamos, ustedes regalan. Alba le arrebató la hoja de sus manos y la decoró con otra tacha en un cuadro en blanco. Para hacerse creer que hacía su trabajo de maestra mantuvo la hoja entre sus manos y pasó la mirada por cada esquina. Natalia debía esperar un veredicto, el de cada viernes, para ver si esta vez se ganaba una estrellita en su cuaderno. Te dispondrás a conjugar correctamente el verbo regalar después. Asomó la cabeza para guardar la hoja en un folder que tenía afuera de su base secreta, la mesa de billar crujió sobre las cabezas de las dos niñas. Ahora vamos a redactar un cuento. Natalia renegó demasiado, nada aceptable ni para el juego ni para el “no la hagas llorar, Alba”. La calmó prendiendo la tele del karaoke con el 64 que había instalado ahí. Todo se veía en blanco y negro, pero lo que apaciguaba a Natalia era la música del Ocarina. Con el intro del juego repitiéndose en el fondo, Alba le dio su cuaderno de cuentos. Contenía un cuento y medio, cuatro dibujos para ilustrarlos y, en la parte de atrás, seis tachas en una tabla chueca. Natalia tomó otra pluma roja de la cajita de colores y empezó a escribir. Alba, satisfecha pero siempre alerta y escéptica, sacó su propio cuaderno de su morral. Le quería regalar un cuento a Natalia por su cumpleaños. Tenía la idea de li-ter-atu-riz-ar las clases que le daba bajo la mesa de billar. Pensaba en un cuento, pero se aseguró que bien podría ser una micro-novela. Al pensarlo se distrajo imaginando cómo la recibirían en su clase, ¡no!, mejor aún: cómo hablarían de ella en una entrevista literaria. Nunca había visto una, pero entre sus tareas para el fin de semana estaba ver una entrevista que le habían hecho a Gabriel García Márquez, autor de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Eso último lo repetía en voz alta cuando podía. Había sido la única en su clase que leyó todos los cuentos. Pero se convenció nuevamente que su labor era escribir y que el reconocimiento poco importaba; es más: Alba creía que a nadie le agradarían sus textos. No dejaba que nadie los leyera, pero procuraba sacar su cuaderno en cada receso para que todos la llamaran rara. Sería otra anécdota que narraría a manera de reproche…
¡Tru-un! Tru-un. Tin tin tin ti tin…
Natalia ya estaba eligiendo su sección en el juego. Alba suspiró e hizo un gesto con una mano para amenazar a Natalia. Ella rió. La mesa volvió a crujir y una de las bolas se acomodó en uno de los bolsillos. Alba cerró su cuaderno y salió de su base secreta. Vente, Nati, vamos a que la abuela te regañe. Natalia dejó el control a un lado y salió de la base corriendo. Mientras escuchaba los pasos apresurados de la niña en la escalera, Alba le dio una sacudida a la mesa, pensando que a lo mejor le había salvado la vida otra vez a su sobrina. Vio el cuaderno de cuentos y suspiró. Natalia no había avanzado de la línea, pero sí había pensado en cuento sobre un mono de nieve y su perrito. Antes de bajar para encontrar a su sobrina sonriéndole, Alba tomó el cuaderno y, especulando que se vería interesante, agregó a la tabla una última tacha.